Antología

 

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Antología de Ella es tan dulce

 

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Pensamientos de Sugar Beth sobre cuando Colin llegó a su Instituto…

«Tenía un aspecto rarísimo en esa época, con su cuerpo a lo Ichabold Crane -demasiado alto, demasiado delgado, el cabello demasiado largo, la nariz demasiado grande, todo él demasiado excéntrico para una pequeña ciudad del Sur -, su físico, su acento, su actitud. Naturalmente las chicas quedaron deslumbradas. Vestía siempre de negro, por lo general ropa raída, con pañuelos de seda anudados en el cuello, algunos con flecos, uno de cachemira pálida, otro tan largo que le llegaba a las caderas. Empleaba frases como «terriblemente mal» y «no fastidies», y en una ocasión dijo «veo que estamos un poco debiluchos hoy».

La primera semana de clase le pillaron una tabaquera de carey. El dia que oyó a los chicos murmurar que parecía un marica, les miró por encima de su larga nariz y les dijo que lo consideraba un cumplido, ya que muchos de los grandes hombres habían sido homosexuales. «Por desgracia -añadió-, yo he sido condenado a una vida de vulgar heterosexualidad. Sólo espero que algunos de vosotros seáis más afortunados»

Aquello fue carne de reunión padres-profesores…»

Pag.31-32 de «Ella es tan dulce».

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«Tenía que reiterar sus disculpas y, en esta ocasión, con el tono apropiado, pero el desprecio con que él la observaba, unido a la profanación de su hogar, se interponía entre ella y su propósito.

-Puede que te hiciera un favor. El salario de un profesor jamás podría comprar todo esto. Por cierto, enhorabuena por tu libro,

-¿Has leído Último apeadero?

El escéptico arqueo de una ceja elegante le dio rabia a Sugar Beth.

-Jolines, lo intenté. Pero había tantas palabras difíciles…

-Exacto. Nunca has querido preocupar tu mente con nada más exigente que las revistas de moda. ¿Me equivoco?

-Oye, si nadie las leyera, habría un montón de mujeres yendo por ahí en ropa de poliéster. Piensa en lo triste que sería eso. —Abrió los ojos desmesuradamente.-Vaya… Ahora me vas a detener por vulgar.»

Pag. 35 de «Ella es tan dulce»

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—Un lugar encantador, este que tienes aquí

Sugar Beth estornudó y se volvió para descubrir a Colín Byrne en el umbral de la puerta. Tenía aspecto de venir de un paseo por los pantanos: llevaba botas, pantalones marrón oscuro, una americana de tweed y el cabello elegantemente revuelto. La expresión de frío cálculo de su mirada, sin embargo, hacía pensar más en un cazador furtivo que en un inglés civilizado.

— Si has venido para atacarme de nuevo — contestó — , más vale que te ajustes los suspensorios, porque no pienso ser tan comprensiva esta vez.

— La tolerancia de mi cuerpo al veneno es limitada. — Metió una patilla de sus gafas de sol de diseño en el cuello abierto de su camisa y avanzó unos pasos — Resulta interesante que Tallulah te dejara la estación, aunque no me sorprende, teniendo en cuenta sus sentimientos hacia la familia.

— Te ofrezco un buen precio si quieres comprarla.

— No, gracias.

— Gracias a ella ganaste una fortuna. Podrías ser un poco más agradecido.

— Último apeadero habla de la ciudad. La estación no fue más que una metáfora.

— Creía que Metáfora era la marca de una bebida dietética. ¿Siempre vas tan almidonado?

— Siempre que me sea posible, sí.

— Se te ve ridículo.

— Y tú, por supuesto, eres el árbitro de la moda por excelencia. — Echó una mirada de desprecio a sus téjanos mugrientos y su camiseta manchada.

Sugar Beth se quitó el sombrero y apartó una telaraña de la mejilla.

— Eras un profesor malísimo.

— Espantoso. — Byrne apartó un trozo de cable con la punta de su bota.

— Se supone que los profesores deben potenciar la autoestima de sus alumnos. Tú nos llamabas renacuajos.

— Sólo cuando estabais delante. Me temo que os llamaba cosas peores a vuestras espaldas.

Pag. 49-50 de «Ella es tan dulce»

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—»Necesito un ama de llaves.

— ¡Un ama de llaves!

—Alguien que cuide de la casa.

—Sé lo que significa. ¿Por qué me ofreces el puesto a mí?

—Me resulta muy tentador. La hija adorada de La Novia del Francés, obligada a fregar los suelos y a servir de rodillas al hombre que intentó destruir. Los Hermanos Grimm en versión de Colin Byrne. ¿No te parece delicioso?

—Espera que encuentre el cuchillo de trinchar de Tallulah y estarás muerto. —Abrió de un tirón el cajón más cercano. Byrne no se dio prisa en alejarse de su alcance yendo a la sala.

—Pero veamos el lado práctico… El mantenimiento de La Novia del Francés es casi un trabajo a jornada completa, y me quita demasiado tiempo de la escritura. Serían seis días a la semana, desde las siete de la mañana hasta después de la cena. Una jornada larga y, dicho sea paso, lo más ardua posible.

— ¿Dónde demonios está el cuchillo?»

Pag. 81, de «Ella es tan dulce»

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Byrne entró en la cocina a través de una arcada recién construida.

Cuando la recorrió con la mirada, Sugar Beth se dio una buena puntuación por su elección de ropa de trabajo.

Se supone que las amas de llaves visten de negro, sí, pero ¿acaso su misión en la vida no era alegrar la vista?

Su ceñida blusa de encaje negro tenía un pronunciado escote en V y sus viejos pantalones negros aún conservaban soltura suficiente para acariciarle las caderas. Byrne miraba la pequeña mariposa turquesa que colgaba de una cadenita de plata entre sus pechos. Ojalá tuviera una delantera realmente espectacular para mostrarle. Aun así, con el sujetador apropiado todo era posible y, juzgando por el tiempo en que tardó en volver la mirada a su rostro, no lo hacía nada mal. Uniforme, y un cuerno. En contraste con su atavío casi prostibulario, él llevaba pantalones de tono oscuro, una camisa de mangas largas de seda color burdeos y unos elegantes tirantes. ¿Qué hombre viste así para trabajar en casa? Mientras Byrne la contemplaba desde las alturas de su engreimiento, Sugar Beth supo que era un ser atrapado en el siglo equivocado, -¿Vuelve de su cabalgata matutina por Hyde Park, mi señor?

Pag.97 de «Ella es tan dulce»

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Mientras Sugar Beth seguía despotricando, Byrne tuvo ganas de ordenarle que dejara de malgastar energías en una fiesta que no era suya. Desde el primer momento le había explicado que su cometido era servir a los invitados, pero Sugar Beth ni siquiera pestañeo. El intentó recalcar lo dicho mandándola vestir apropiadamente. Resulta sorprendente lo fácil que es comportarse como un bastardo cuando uno se lo propone. Si ella inclinara su orgullosa cabeza una sola vez para admitir su derrota, él lo dejaría correr. Pero Sugar Beth no se humillaba. Y aquí estaban los dos. Y él tenía ganas de que todo acabara de una vez.

—… no te olvides de deducir el precio de la jarra de sus honorarios cuando le firmes el cheque.

—Así lo haré. —Lo más probable es que el proveedor hubiese roto la jarra por no poder dejar de mirar el sugerente escote de Sugar Beth

—No lo harás. Con excepción de mi sueldo, eres mister Derrochon en persona. Incluso cuando se trata de este incompetente proveedor de la Costa Oeste.

—Cuántos prejuicios, para alguien que también ha vivido en California

—Sí. Claro, pero estaba borracha casi todo el tiempo.

Byrne consiguió reprimir la sonrisa en el último momento. No iba a ceder a sus encantos seductores. El mordaz sentido del humor de Sugar Beth no era más que otra de sus tretas, lo utilizaba contra sí misma para evitar que el otro tirara la primera piedra.

–¿Eso es todo?

Sugar Beth recorrió con la mirada sus pantalones negros y la camisa de manga larga color burdeos.

–Lástima que he llevado tus pistolas de duelo a la tintorería.

Byrne se había prometido no enzarzarse en esgrimas verbales con ella, pero las palabras le salieron a su pesar:

–Al menos conservo la fusta. Me dicen que su uso se recomienda para disciplinar a los criados desobedientes.

A Sugar Beth la divirtió el comentario, y le dedicó una ancha sonrisa en el momento de cruzar la puerta,

–Eres bastante divertido, para un envarado.

La palabra «envarado» quedó suspendida en el aire, como el olor a sábanas después del acto sexual. Si ella sólo supiera…

Pag. 138-139 de «Ella es tan dulce»

 

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